miércoles, 3 de agosto de 2016

A las 9:46:00 por Pangea     Sin comentarios
Tras quince días de trabajo, los miembros del tercer turno de Pangea que se encuentran distribuidos en dos campos de refugiados en la zona de Ioannina (Grecia) reflexionan sobre las vicisitudes del día a día.

 
Las mañanas suelen estar acompañadas de muchas legañas y ojeras. Largos silencios, sonidos de cucharas contra los vasos y conversaciones secas y precisas en las que no sobra ni una palabra. Repasar las actividades del día, café, recoger el material, galletas, organizar los turnos del día y listos para salir. Aún con el desayuno en la boca del estómago, la furgoneta empieza a rodar por los caminos de polvo y piedras que rodean la casa de Pangea. La música comienza a salir de unos altavoces afónicos y la cabeza poco a poco empieza a carburar echando un espeso humo negro. Los destinos son dos: Yazidi-land (un espacio para refugiados de reciente creación donde viven los yazidíes, mayoritariamente kurdos del norte de Irak) y el campo de Katsikas (lugar en el que habitan unas 550 personas procedentes de Siria, Afganistán, Palestina…).


Pablo Almansa, madrileño voluntario de Pangea, ha trabajado en ambos campos. Desde su punto de vista, hay algunas diferencias entre estos asentamientos forzosos. Explica el madrileño: "En Yazidi-land se observa una menor presencia de otras organizaciones, por lo que tenemos un contacto mucho más cercano con los miembros de la comunidad. Además, el hecho de que vivan en un edificio y no en una jaima normaliza un poco su situación pese a que las condiciones son todavía muy mejorables. Por el contrario, en Katsikas hay muchos más servicios y más seguridad". 

Los voluntarios de Pangea se encuentran en un constante proceso de aprendizaje bajo una dinámica de prueba-error. Así pues, a diferencia de lo que se hizo el pasado mes, en este turno se han creado dos grupos de trabajo estables en los dos espacios con el objetivo de generar un trato más fluido y constante con los grupos de niños y niñas. Para los miembros del tercer turno no ha supuesto ningún problema, ya que la labor que se hace en los dos lados es esencialmente la misma: actividades lúdico-educativas con menores entre 0 y 6 años (aproximadamente). 


Celia Jiménez es una de las primeras voluntarias en bajar de la furgoneta. Ella está dedicada a la ludoteca que gestiona Pangea por las mañanas (de 10.00 a 13.00) en Katsikas. Aunque trata de prestar atención a las reuniones informativas que se hacen todas las mañanas entre todos los voluntarios y organizaciones con presencia en el campo, la verdad es que esos minutos previos suele estar más pendiente de que todo esté listo para el comienzo de la guardería. En opinión de Celia, uno de los aspectos más importantes a la hora de preparar actividades es “tratar de que los niños respeten el orden, porque son chicos que por sus circunstancias vitales han perdido la costumbre de estar quietos y concentrados durante largos periodos. Cuando empezamos no sabíamos muy bien cómo teníamos que actuar hasta que un día decidimos cambiar nuestra actitud y todo mejoró. Creo sinceramente que ellos lo agradecen”. 

Mientras en Katsikas la ludoteca comienza con su actividad diaria, la furgoneta se pone en marcha al asentamiento de la comunidad yazidi. El trayecto es de una media hora y en estos quince días si Víctor (coordinador de Pangea en Grecia junto a Amaya) no podía acompañarlos era Ainara Portela quien tomaba el volante. Esta vallisoletana ha llegado a conocer muy bien a los miembros de la comunidad, ya que ha estado trabajando en un censo de los habitantes del campo. Durante estos quince días se ha dedicado a conocer y recoger sus necesidades médicas además de aportar asistencia sanitaria de urgencia. En su opinión la comunidad yazidi es: “muy hospitalaria y amable. Tanto adultos como niños buscan el cariño y la comprensión de los voluntarios. Tienen mil historias que contar y considero que los voluntarios tenemos que saber escucharlos. Un ejemplo lo hemos vivido en este turno con la conmemoración de un genocidio que sufrió todo el pueblo yazidi el 3 de agosto de 2014. Fue una situación dura para todos y nosotros lo único que pudimos hacer fue respetar y acompañar. La verdad es que viven en una situación muy mejorable, hay un alto grado de hacinamiento en las casas y eso hace que tengan una serie de sintomatologías relacionadas con el estrés, con la aglomeración de personas y por las condiciones de higiene”. Según el registro que ha realizado Ainara, en este asentamiento hay más de 200 personas de las cuales aproximadamente la mitad son menores. 


Le cuesta reconocerlo, pero Gerardo Fuentes asiente cuando se dice que la guardería de Katsikas es bastante más caótica. “En este sentido, hemos tratado de generar una serie de dinámicas en Katsikas. Son pequeñas cosas, pero que cambian la actitud. La primera fue dejar los zapatos en un lugar específico, luego pusimos en funcionamiento el bas al rauda (salimos con una cuerda recogiendo chicos y avisando de que la guardería está abierta) y también hemos trabajado con el tema de la basura y de la higiene personal incentivando que tiren los desechos en una caja y que al terminar las actividades se laven todos las manos”. 

María Santos es profesora y ha formado parte del grupo de voluntarios de Pangea Yazidi-land. Ella comparte la opinión de que el orden es importante, pero quiere hacer hincapié en la necesidad de que los niños desconecten: “Sinceramente, considero que debemos esforzarnos en conseguir que los niños se evadan, que se olviden por unas horas de dónde están y del porqué están ahí”. Marina Gregorio también es profesora y ha trabajado los últimos años en una guardería en Valladolid. Desde su punto de vista, en esta situación hay que dejar a un lado los objetivos académicos para centrarse en los hábitos y en el comportamiento. “Creo que esto es lo más importante porque en un futuro se integrarán en el sistema educativo de países europeos y tendrán que ser capaces de adaptarse a las rutinas de la escuela”. 

Rebeca Gallego también ha estado con la comunidad yazidi. Desde su punto vista, el grupo que más necesidades tiene en este momento es el de los adolescentes. No tienen apenas actividades programadas y para ellos los días son una rutina de no hacer nada. “En Yazidi-land hay muchos adolescentes que requieren nuestra atención porque realmente son personas con muchísimo potencial”. 


Los días aquí son como semanas. Pasan demasiadas cosas. Un alud de emociones sacude a los voluntarios, por lo que cuando llega la noche y todos se encuentran en los bares del pueblo las conversaciones son como relatos autobiográficos. A algunos les gusta más beber cerveza Alpha a otros Fix, hay quien incluso se atreve con un vino blanco peleón griego, lo mismo da. Al final, el objetivo es que las ruedas sigan rodando con la banda sonora que cada uno tenga en su cabeza.

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