Katsikas, ubicado en la localidad del mismo nombre a escasos kilómetros de Ioannina, era un antiguo aeropuerto militar de la Primera Guerra Mundial. No hay edificios que lo identifiquen como tal, solo un solar amplio de tierra en el que hasta ahora solo había unas naves industriales construidas en la década de los 90 para dar hospedaje a la población albanesa que vino en masa al país heleno en busca de un empleo tras la desintegración de la Unión Soviética y que ahora albergan equipos agrícolas de las distintas municipalidades de la zona, salvo una que estaba vacía y que se ha cedido como almacén a las asociaciones que trabajan en el campo. En la región las lluvias son constantes y, por ello, cuando se decidió que allí se ubicaría uno de los campos de refugiados el ejército solapó con piedras el terreno para evitar que las lluvias lo convirtiesen en un barrizal. Las piedras con las que el ejército pretendía evitar el barro se convirtieron en un suelo donde difícilmente puede dormir una persona.

El campo, que empezó a acoger refugiados el 20 de marzo, está claramente improvisado, completamente desacondicionado para acoger a 1.200 personas, entre ellos, 500 niños. Hace frío y por ello una de las tareas del día es ir en busca de leña, o de cualquier otra cosa que se pueda quemar, para poder hacer una hoguera cuando cae el sol y calentarse. Por el momento hay 35 baños en todo el campo, siempre sucios y demasiado altos para los niños quienes, ante la imposibilidad de llegar a sentarse, hacen sus necesidades en el suelo.

El reparto de comida y el acondicionamiento del campo es responsabilidad de los militares, pero las directoras del proyecto de Olvidados se dieron cuenta el primer día de que todos, sin importar si tenían 2 o 90 años, recibían la misma comida (un cruasán y un zumo por la mañana, una comida caliente al mediodía y un sándwich con pan de perrito cuyo contenido suele variar de los nuggets de pollo a la mortadela de pavo). En principio su idea era implementar su proyecto Milkyway, que consiste en mejorar la nutrición de la población infantil en los campos de refugiados pero, al ver la situación, tuvieron que hacerse cargo de otras responsabilidades como gestionar a los voluntarios locales e internacionales, detectar las necesidades tanto higiénicas como de ropa y calzado o crear nuevos espacios como el baby hammam (una tienda con agua caliente y unas bañeras para poder bañar a los bebés).

Gracias a ellos, el grupo de amigos alemanes Soups and Socks llegó a Katsikas con un proyecto que consiste en cocinar para y con los refugiados dos veces al día, la comida y la cena; llevan haciéndolo desde el 28 de marzo y continuarán hasta finales de este mes. Anna, una de las integrantes del grupo, asegura que, aunque ya ayudaba a refugiados en Alemania, tenía muy claro que era el momento de venir a Grecia ya que el acuerdo de la Unión Europea había dejado a un país que lleva sufriendo las consecuencias de una terrible crisis durante los últimos cinco años a cargo de 50.000 refugiados.

El trabajo de ambas asociaciones no solo se limita a los proyectos que tenían establecidos. Hay un componente humano que nadie les exige: dar cariño a personas que llevan cinco años de guerra a las espaldas, un viaje durísimo y la peor de las acogidas posibles en el continente que ellos tenían idealizado. Por ello es fácil ver niños persiguiendo a los voluntarios de una y otra asociación para jugar o darles un abrazo.

En esta línea trabaja la tercera ONG en el campo, Lighthouse Relief. “Nuestro trabajo consiste en crear espacios y condiciones que den la sensación de una vida normal: instalar Wi-fi, crear espacios comunes donde los niños puedan jugar y aprender”, indica la australiana Alex Pagliaro, voluntaria de la asociación. A la vez, quieren empoderar a las mujeres del campo porque son "una pieza clave en la construcción de un buen ambiente en el campo", asegura Amira Belhag, marroquí de 24 años y voluntaria de la misma ONG. Pero para ello se necesita tiempo. 

Ningún organismo oficial da respuestas a preguntas básicas como el proceso de petición de asilo, por qué cerraron las fronteras, qué hace en un campo de refugiados o cuánto tiempo tendrá que vivir aquí. “Sería mucho mejor morir en Siria rápido por un bombardeo que morir aquí lentamente, en una situación de constante espera”, comenta mientras muestra fotos de su familia que vive en Siria. 

Katsikas es el típico lugar en el que nadie querría vivir, con unas condiciones infrahumanas que cuesta creer que se toleren en Europa, en el que cualquier iniciativa de mejora viene de parte de organizaciones no gubernamentales que obtienen recursos de donaciones privadas y del trabajo de un equipo de voluntarios con un altísimo nivel de preparación y compromiso para dignificar la vida de los 1.200 refugiados que la Unión Europea ha condenado a vivir como animales en Grecia. 

Fuente: CTXT

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